Olimpia, situada cerca de la ciudad de Pisa, en la región griega de Élida (Peloponeso), era un santuario consagrado a los dioses del Olimpo, especialmente a Zeus Olímpico, un complejo a la vez religioso, cívico y deportivo, con varios templos, un estadio, un gimnasio, una palestra y un hipódromo.
El origen de los Juegos Olímpicos se pierde en la oscuridad de los tiempos de los héroes. Según el mito quién estableció por primera vez los Juegos a Olimpia fue un héroe que llegó a Pisa, donde reinaba Enómao. Enómao no quería casar su hija Hipodamia debido a un oráculo según el cual su yerno lo mataría. Aún así la belleza de Hipodamia atraía muchos jóvenes deseosos de tomarla en matrimonio y, para evitar que se casaran, los desafiaba a una cursa de carros con tal que, si vencían, les otorgaría la mano de su hija pero que, si perdían, serían ejecutados.
Una tradición que continúa en nuestros días
Gracias a la extraordinaria velocidad de sus caballos, regalo del dios Ares, Enómao había vencido ya doce de los pretendientes de su hija y había colgado sus cabezas a la puerta de su palacio para disuadir otros de intentarlo. Cuando el carro se rompió durante la carrera, Enómao fue arrastrado por sus caballos y murió. Al cabo de un tiempo se dejaron de celebrar hasta que otro héroe, Hércules, los restauró.
Según la tradición el 776 a. C. los juegos de Olimpia se empezaron a celebrar de manera fija. Una vz cada cuatro años se declaraba una tregua sagrada para que las ciudades griegas dejaran de luchar unos meses si estaban en guerra y permitieran a sus atletas participar en los juegos de Olimpia, entre finales de julio y de agosto. Los atletas participantes tenían que ser hombres, griegos, de condición libre, no culpables de ningún crimen ni afectados por ninguna maldición religiosa. Llegaban espectadores provenientes de todo el Mediterráneo y de todas las clases sociales, desde príncipes hasta pobres.