Cuando algún productor o director de cine quiere promocionar por todo lo alto su nueva película alocada y disparatada, siempre tira del viejo dicho. La realidad supera a la ficción. No van a creer lo que verán en la pantalla y dirán que es totalmente imposible que esas cosas sucedan, pero están ocurriendo mucho más cerca de ustedes de lo que piensan. Y en ocasiones incluso llevan razón. Esos dramones supuestamente basados en hechos reales que nos parecen imposibles, por la de giros de trama que tienen, palidecen ante algunas historias que pueden leerse en los periódicos. De hecho, no es extraño que los propios productores anden siempre a la caza de ese tipo de historias, para poder convertirlas en películas, series o libros. Lo real vende, aunque luego no sea precisamente realista. Lo importante es saber enganchar al espectador o al lector con buenas historias. Y la de Zola era increíble, en el mejor de los sentidos.
La historia de Zola sorprende a muchos niveles, tanto en sí misma como en todo lo que trajo más tarde. De cómo un hilo de Twitter escrito en 2015 y claramente exagerado por su autora se convierte en una de las películas revelación de 2021 en Estados Unidos. De cómo una historia puede tener todos y cada uno de los ingredientes que los espectadores busquen en una buena película indie. Y cómo una buena historia, en manos de una buena directora y un elenco en estado de gracia, pueden convertirse no ya en una versión glamurosa de sí misma en la gran pantalla, sino en toda una reinvención. Si Mark Zuckerberg debió verse un poco extraño al “disfrutar” de la interpretación que Jesse Eisemberg hacía de sí mismo en la película sobre Facebook, no podemos ni imaginar lo que sentiría Azhia Zola al revivir los momentos de su aventura por todo el país, ahora en la gran pantalla. Una película que traspasa su pitch de “primer largometraje basado en un hilo de Twitter”, para convertirse en una obra más que interesante.
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